EL VIAJE DE LAS ARTES HACIA LA MODERNIDAD:LA FRANCIA
DEL SIGLO XIX
Resumen
9/15/2011
ITESCA
Dulce Rocio Lopez
Sandoval
Introducción:
En el siguiente resumen se
hablara de la evolución que tuvieron las artes en el siglo XIX, en Francia, uno
de los países con más influencia tanto histórica como artística en el mundo, de
hecho algunos de las mejores obras de arte fueron hechas por artistas
franceses. Veremos la transformación que la pintura, arquitectura, música y
literatura vivieron atreves de este siglo y contaremos un poco de su historia.
Resumen:
Francia ha estado en la
vanguardia artística en muchas ocasiones por ser una tierra donde las novedades,
las revoluciones incluso, suelen germinar con facilidad. Una de las épocas de
mayor productividad artística y mayor rebeldía fue el siglo XIX. Al empeño de
sus novelistas y poetas, músicos, arquitectos y pintores debemos en gran parte
la riqueza y multiplicidad de nuestro arte actual.
Las artes tuvieron que
luchar contra el talante acomodaticio y retrógrado que se iba imponiendo desde
el poder. Y lo hicieron todas juntas en una espectacular convergencia de la
arquitectura, la pintura, la literatura y la música, decididas, a pesar de
todo, a avanzar hacia el futuro. Se fue gestando un abandono paulatino de los
moldes neoclásicos, del rigorismo formalista, del racionalismo, de la
dependencia del arte de factores ajenos a él, de la norma, etc., para abrir las
puertas a nuevas y revolucionarias concepciones estéticas que reaccionaron de
maneras diversas al devenir ideológico del siglo.
Pero no podemos abordar
este repaso a la evolución artística de todo un siglo sin detenernos en lo que
a nuestro entender son los tres factores más determinantes en el desarrollo
artístico del siglo:
- La consolidación de la
burguesía como clase dominante.
- La coexistencia de
academicismo e innovación
- La conciliación del
individuo con la sociedad.
Acabado el Antiguo
Régimen, tras la Revolución, el tiempo de la nobleza y el clero dio paso al de
la burguesía. El aburguesamiento de la sociedad trajo consigo un
embrutecimiento progresivo del gusto en el que convergen al menos dos causas:
por una parte, la burguesía apostó en materia artística por valores
"eternos", esto es, clásicos; por otra parte, exportó a los criterios
estéticos su modo de entender la vida: arrogante, superficial, fácil y
ostentoso. Nunca antes había predominado de manera tan generalizada el mal
gusto, pues, para estos nuevos ricos, lo caro y pomposo era sinónimo
indiscutible de calidad artística.
El divorcio entre el
público y los verdaderos artistas se instaló de tal manera que gran parte de la
intelectualidad renunció a su aceptación general llegando a considerar el éxito
como un signo de inferioridad artística. No olvidemos que, en cualquiera de las
manifestaciones estéticas, existirá una poderosa corriente de arte burgués de
consumo en la que intentará abrir brecha el arte genuino para intentar nuevas
vías de expresión: la pintura contemporánea al aire libre frente a la pintura
mitológica de taller, la arquitectura metálica frente al monumentalismo, el
drama romántico frente al melodrama, entre otros.
De la interacción de dos
focos de producción, el académico y el innovador, surgirá el potente arte
francés decimonónico. Lo interesante del concepto "académico" es el
hecho de destacar la importante labor artística que el estado francés ejerció a
lo largo de todo el siglo. Desde los tiempos posrevolucionarios se
multiplicaron las instituciones que potenciaban el cultivo de las artes, hemos
de reconocer que por las aulas de sus instituciones pasaron los mejores
representantes del arte decimonónico para adquirir una formación que luego les
posibilitase buscar y encontrar nuevos caminos.
Veremos cómo el individuo
rehuye el enfrentamiento directo con la Historia, refugiándose en su
melancólico aislamiento, obsesionado consigo mismo; a mediados de siglo optará
en cambio por el combate cuerpo a cuerpo, convencido de sus posibilidades,
confiado en que otro mundo es posible; y en el último tercio, desesperado y decepcionado,
se refugiará en el sueño, el símbolo o los paraísos artificiales para
desentenderse de la realidad.
LA PINTURA. HACIA LA LUZ Y
EL COLOR
El siglo XIX comienza
artísticamente hablando con un paso atrás en la evolución estética. La
concepción napoleónica del arte tras la Revolución de 1789 frenó en Francia la
emergencia del romanticismo y recuperó las bases del neoclasicismo,
representado magistralmente por Jacques-Louis David y Dominique Ingres. Las
características de este movimiento son:
-
El carácter mitológico e histórico. Se trata de una pintura de taller
que sigue básicamente los modelos ideales de la antigüedad grecolatina.
-
El imperio absoluto de la forma —línea, contorno y composición.
Durante los años
imperiales el pintor más conocido de Francia fue sin duda Jacques-Louis David a
quien debemos cuadros tan conocidos como la Muerte de Marat (1793), o
los diversos retratos de Napoleón. Ingres, que se educó en el taller del
anterior, representa la perfección absoluta del dibujo y la simetría, la Quintaes
encia del arte neoclásico que intentó inculcar a sus alumnos de la escuela de
Bellas Artes.
La pintura romántica
supuso la irrupción del individualismo y la subjetividad en el art, esta
pintura empezó a gestarse tras el fracaso de la Revolución y sus valores de
libertad que nunca se pusieron verdaderamente en marcha.
Ya no se buscaba un arte
para cambiar la sociedad como ocurría en el neoclasicismo, sino para expresar
el interior del individuo como única verdad. Será un movimiento subjetivo que no
plasmará (aún) la realidad tal y como se ve, ni tampoco (ya) tal y como se
quisiera ver, sino en función de los sentimientos del sujeto.
Frente a la depurada línea
del neoclasicismo, los pintores románticos, esencialmente Théodore Géricault y
Eugéne Delacroix prefieren la potencialidad expresiva del color y de la luz,
sobre todo Delacroix que se convertiría en maestro de los impresionistas por
sus atrevidas experimentaciones cromáticas.
La obra de arte romántica
debía su grandeza en parte a la improvisación, al sentimiento, al estado de
ánimo y a la inspiración, más fértiles, a su parecer, que la labor racional, el
trabajo sistemático o el plan preconcebido.
En la segunda mitad del
siglo XIX, aires nuevos se percibían en la evolución estética y se desarrollaron
dos corrientes estéticas divergentes: el impresionismo, más acorde con la
evolución de los tiempos, y el simbolismo, como cuestionamiento de esa
pretendida modernidad.
Se impregna del espíritu
científico del Segundo Imperio y decide poner rumbo a la modernidad. Ese viaje
se hará a través de una serie de pautas que nos harán pasar del arte realista
de Camille Corot (1796-1875) y Gustave Courbet (1819-1877) a la pintura
impresionista. Los pasos esenciales en ese tránsito fueron:
-
La contemporaneidad y la cotidianeidad que contribuyeron a enriquecer
temáticamente la pintura. La gran novedad es la ausencia de referencias fuera
de la percepción visual, basándose en lo visible y no en el ideal respaldado
por la pintura académica y expresado en la plasmación de temas mitológicos,
históricos o religiosos.
-
La preocupación por investigar cómo se proyecta la luz sobre el objeto o
la figura humana, y cómo trasladar sus efectos cambiantes al lienzo es una de
las bases de esta pintura.
-
La pintura al aire libre, porque la luz se convierte en un reto cuando
cambia, cuando se hace volátil y fugitiva. Los pintores empiezan a salir a la
naturaleza para intentar captar la instantaneidad de un efecto lumínico
preciso.
El Jurado de los Salones
formado en su mayoría por profesores o antiguos alumnos de la Escuela de Bellas
Artes en 1863 se rechazó tres mil de las cinco mil obras presentadas, lo que
motivó que el emperador Napoleón III creara un salón anexo donde se expusieran
las obras no aceptadas. Será entonces en ese "Salón des Refusés"
donde irán apareciendo las primeras obras impresionistas, como el Almuerzo
sobre la hierba de Edouard Manet.
Claude Monet Edouard
Degas,Camille Pissarro o Auguste Renoir representaron en sus cuadros las
escenas cotidianas de ia vida moderna francesa desde una perspectiva
eminentemente sensorial, intentando registrar lo que el ojo ve, con todas sus
limitaciones y sin ningún convencionalismo técnico o moral.
En la misma época el
simbolismo optó por otro camino. No apostó por la técnica ni por la vida
contemporánea ni por la instantaneidad, fue más bien un conglomerado de
encuentros pictóricos individuales que, sin embargo, compartieron algunas
líneas generales.
Podemos hablar de un
simbolismo de tendencia más "mística" —Odilon Redon, Gustave Moreau o
Puvis de Chavannes— que desarrolló un arte ideista, sintético, subjetivo y
decorativo que se nutrió tanto de algunos conceptos impresionistas.
Paul Gauguin y el
heterogéneo grupo de los "nabis", que lo tomaron como referente,
pretendieron una superación del impresionismo. La intención de Gauguin era
trascender la observación física pasando de las circunstancias objetivas al
estado de ánimo de quien observa y al significado simbólico de que están
cargados ya no solo los objetos, sino los signos mismos
del cuadro. Lo que nos llevará ya a las vanguardias de principios del XX.
LA LITERATURA. DEL YO A LA
REALIDAD Y AL SUEÑO
Frente al neoclasicismo
napoleónico, el romanticismo9 promulgará una idéntica defensa de la libertad
estética a la que vimos en pintura, para escapar igualmente de la rigidez de
las normas clásicas.
A diferencia de los
parámetros dieciochescos de carácter racional y social, con el individualismo
del primer romanticismo el sujeto y la originalidad pasaron a ser la medida de
las cosas: todo lo que era diferente, todo lo que escapaba al orden establecido
era original, y solo lo original y subjetivo era digno de consideración.
Siendo el yo el centro del
universo, resulta bastante lógico que el género literario más propicio para su
expresión fuera el autobiográfico. Una ola de optimismo recorre Francia
haciendo que hombres de letras se involucren activamente en la política —Víctor
Hugo, o Lamartine, por ejemplo— y en las reformas sociales.
El protagonismo de una
historia cada vez más cercana al presente domina tanto en novela —Les
Chroniques italienms de Stendhal, Notre-Dame de París de Hugo o I^es
Chouans de Balzac— como en la poesía —Jocelyn (1836) y de Les
Révolutions (1837) ambos de Lamartine o La légende des sueles (1859)
de Víctor Hugo— y también en el drama —gran parte de las obras de Hugo y de
Alfred de Vigny-.
A caballo entre el
romanticismo y el simbolismo encontramos una literatura que, sobre una
hipotética desaparición del yo que escribe, pretende reflejar la realidad tal y
como se percibe, lejos de los excesos y el exhibicionismo románticos, en la
línea estética del impresionismo pictórico. Son básicamente novelas en las que,
recuperando acaso inconscientemente el realismo español del Siglo de Oro,
volvemos a encontrar personajes ajenos completamente a cualquier dimensión
singular o heroica.
Antes de que naturalismo
propusiera la cientificación absoluta del arte, apareció una de las mayores
figuras de la literatura decimonónica: Gustave Flaubert (1821-1880). El que
fuera maestro de gran parte de los autores posteriores supo encontrar el
delicado equilibrio entre la subjetividad del autor
y el realismo documental a
partir de la correcta interpretación del concepto de "mimesis"
aristotélica. Afortunadamente Flaubert, como Emile Zola poco más tarde,
comprendieron que el autor no podía ni debía copiar la realidad sino
interpretarla, recrearla: "dar sensación de realidad" pero sin
pretender ser la realidad misma.
El artista se sentía
incomprendido en una sociedad tremendamente materialista en la que se
comercializaba con todo Es el momento en que primero Baudelaire (1821-1867) y
luego, Rimbaud y Mallarmé intentan llenar ese vacío con la trascendencia
poética que traerá el simbolismo, y con él la modernidad poética.
La poesía simbolista
escapa del ámbito exclusivamente artístico para proponer una lectura del mundo
desde un ángulo diferente, analógico, y no analítico o racional. Incluso
podemos decir que la literatura, en general,' se vive en los últimos años del
siglo como una auténtica religión en un momento de avidez de absoluto.
El carácter elitista del
simbolismo, contrario al arte de burgués de masas, hizo que durante muchos años
se considerara a estos poetas como "poetas sin público”. De todo esto se
desprende la impresión general de que se trata de una poesía obtusa, oscura e
incomprensible, algo que generó a los simbolistas numerosas críticas por parte
de quienes aún se mantenían fieles a las exigencias clásicas de claridad y
racionalidad, y por parte de los defensores de la poesía romántica, más
realista y sencilla formalmente.
LA ARQUITECTURA. ECLECTICISMO Y METAL
La arquitectura francesa
del XIX emprende su andadura basándose en tres elementos clave: historicismo,
funcionalidad y renovación de los materiales.
Hastiados como estaban de
los excesos rococó, los artistas buscaban ya otros medios de expresión cuando
en el primer tercio del XVIII se descubrieron los restos de Pompeya (1748) y
Herculano (1737).
En la arquitectura
decimonónica el historicismo supuso no tanto el interés por la recuperación de
los estilos del pasado, reinterpretados o copiados científicamente, como su
coexistencia pacífica. Durante todo el XIX asistimos a la simultaneidad de
estilos arquitectónicos. Se usan los estilos antiguos, no para recuperar sus
líneas estéticas sino para recargar y recargar hasta el infinito, sin medida,
de cara a dar impresión de riqueza.
De la mano de las
construcciones o restauraciones de Eugéne Viollet-le-Duc, una de las grandes
figuras del arquitectura francesa de ese siglo, se volvió hacia el pasado
medieval, cuyo máximo exponente sería la Sainte Chapelle, construida en
el XIII y restaurada por el mismo Viollet-le-Duc12 a mediados del XIX.
Pero la gran revolución
arquitectónica del siglo fue sin duda la arquitectura metálica, producto
directo de dos de las características mencionadas más arriba: la funcionalidad
y renovación de los
materiales.
La era técnica e industrial
trajo consigo un cambio en el concepto de belleza en la arquitectura13: la
belleza intrínseca dejará paso a la belleza en la adecuación a la función. Un
edificio será bello no por sí mismo sino por su adecuación a la función que
debe desempeñar: cuanto mejor responda una construcción al objetivo que debe
cumplir, más bella será.
LA MÚSICA: DE \A MÚSICA
PROGRAMÁTICA A LA DECONSTRUCCIÓN MUSICAL
Si tuviéramos que reducir
la historia de la música francesa del XIX a solo los nombres imprescindibles,
creemos que no sería muy errado seleccionar, cronológicamente hablando, a
Fléctor Berlioz, Gabriel Fauré, Claude Debussy y Maurice Ravel.
Desde principios de siglo,
la música francesa asumió como propias las características del romanticismo
musical inaugurado por Beethoven. De entre ellas podemos destacar dos que nos
resultan esenciales y ya conocidas: la expresividad y libertad del artista,
regidas más por el sentimiento que por la reflexión, y la intensa relación de
la música con la literatura.
Sin lugar a dudas, la
figura cumbre del romanticismo francés, en justo intermedio entre Beethoven y
Wagner, fue Héctor Berlioz. Su música es el paradigma del romanticismo que tan
asombrosamente inaugurara el primero, como demuestra, por ejemplo, que sea
incapaz de componer nada que no vaya asociado a un argumento, un decorado o a
una base literaria en definitiva, por ejemplo LM Condenación de Fausto, sobre
la obra de Goethe o Romeo y Julieta inspirada en su muy admirado Shakespeare
Avanzando en el tiempo, el
eslabón que une la música romántica y la moderna,
es sin duda Gabriel Fauré,
Se le suele considerar como el músico de la espiritualidad por el intimismo
nostálgico e incluso el misticismo que desprenden sus composiciones, muchas de
ellas canciones basadas en poemas simbolistas, especialmente de Verlaine, como
ha Bonne Chanson
Las relaciones entre
Debussy y Maurice Ravel (1875-1937) fueron complejas y se desarrollaron siempre
bajo el signo de una supuesta enemistad fomentada por aquellos que tildaban a
Ravel de imitar constantemente a su predecesor.